jueves, 27 de diciembre de 2007

ITALIA: GRUPOS DE COMPRAS SOLIDARIAS (GCS), UNA OPCIÓN ÉTICA

De los grupos informales a los distritos de economía solidaria

Todo comenzó hacia fines de los años 80 con el boicot a los productos alimentarios y artesanales fabricados por las grandes multinacionales. Los adherentes a las campañas de boicot hablaban así del llamado “consumo crítico”, un nuevo modo de hacer las compras respetuoso del ambiente y de los derechos humanos. Desde entonces, el consumo crítico se ha desarrollado rápidamente en toda Italia a través de los llamados Grupos de Compras Solidarias (GCS), asociados coordinadamente desde 1999 en una Red de GCS.

El GCS es una opción ética basada en la importancia de las relaciones humanas y en la cooperación con amigos y vecinos del barrio. El mecanismo es simple: el GCS no es otra cosa que un grupo de personas o de familias que realizan las compras en conjunto, eligiendo proveedores de acuerdo a criterios ético-ambientales muy precisos. Los productos deben provenir de cultivos de la agricultura orgánica gestionados por pequeñas empresas agrícolas o cooperativas de productores rigurosamente locales.

Los criterios utilizados son precisos: respeto por el ser humano (no a la compra de productos provenientes de multinacionales basados en la explotación de sus trabajadores y en la injusticia social), cuidado de la salud (productos no contaminados por pesticidas) y amor por el ambiente.

Como se explica en el documento base de la Red GCS: “Escoger productos locales significa reducir la contaminación, el consumo de energía y el tráfico ocasionado por el transporte de la mercancía. Asimismo, al viajar menos, los alimentos llegan más frescos a nuestras mesas y necesitan por tanto menos conservantes químicos. El envío de grandes cantidades de producto, embalados a granel y repartidos entre las familias en forma casera como se hacía antiguamente, reduce el uso de envases y embalajes (botellas, bolsas de papel o plástico) e impone la reutilización de los ya existentes (reciclaje)”.

El sistema de los GCS permite una relación directa entre productores y consumidores, así como el conocer de forma cercana las características de los alimentos, a través de visitas guiadas a las empresas campesinas proveedoras. De este modo, como explican los “compradores solidarios”, los productos y alimentos salen del anonimato y adquieren una “historia propia”.

En los últimos años las compras solidarias han estado traspasando los límites del sector alimentario. Los GCS italianos, que apuntan a transformarse de grupos informales a verdaderos distritos económicos alternativos, piensan ahora en la compra colectiva de energía limpia como primer paso para la auto-producción territorial. Muchos grupos se están organizando para promover la instalación de paneles fotovoltaicos y otros sistemas para la utilización de fuentes renovables de energía (como la geotermia), evitando así una dependencia permanente de los grandes grupos económicos que proveen de gas y electricidad.

Actualmente se avanza además en campañas denominadas “Vestir Crítico” con la posibilidad de desarrollar cadenas de abastecimiento alternativas de fibras naturales como algodón, cáñamo y lino.

Fuente: www.greenplanet.net

viernes, 1 de junio de 2007

NUEVAS TENDENCIAS DEL SECTOR AGROALIMENTARIO

PRIMERA PARTE. LA NUEVA DEMANDA

Quiero compartir algunas ideas de un artículo escrito por el profesor Giovanni Galizzi de la Escuela de Economía Agroalimentaria de la Universidad Católica de Milán, respecto a los nuevos escenarios del sector en Italia y que cobran real importancia por su semejanza a la actual realidad chilena.
El artículo fue publicado en la Rivista Agricoltura No 1, en el año 1975 y sorprende por la capacidad de anticipación del investigador a lo que efectivamente sucedería en Italia en las décadas posteriores.



EL EMERGENTE SISTEMA AGROALIMENTARIO


La orientación de la producción en función del mercado es hoy el principio guía de la empresa agrícola y alimentaria. Esto sitúa al consumidor al centro de todo el proceso de transformación de productos agrícolas.

El saber identificar los deseos del consumidor y sus necesidades, así como la capacidad de pronosticar sus variaciones futuras aparecen como condiciones necesarias para el éxito de las empresas operantes en el mercado.

Factores que influirán crecientemente en la estructura de consumo de alimentos:


1. Incremento del ingreso familiar

Esto le confiere al consumidor el poder económico necesario para ejercer de mejor forma su capacidad de elección. Junto a ello, un mayor nivel de instrucción, la posibilidad de viajar y el acceso a los nuevos medios de comunicación, particularmente la televisión, reduce las diferencias existentes entre los países, entre regiones y entre la población urbana y rural respecto de los hábitos alimentarios, moviendo estos hábitos hacia estándares más altos. Por otro lado, el aumento del ingreso familiar permite ampliar el acceso a los conocimientos, incrementa el nivel y la complejidad de las aspiraciones personales, y con ello la capacidad de elección del consumidor. Esta nueva condición del consumidor relega cada vez más a un segundo plano los valores asociados a economías de subsistencia tales como la simplicidad, la sobriedad, el ahorro y la eficiencia como factores de decisión al momento de la compra. Todo esto genera una mayor variabilidad de gustos y preferencias (Harmston y Hino, 1970), una infinita diversificación en la oferta de productos, un mayor consumo de productos dietéticos y exóticos, y una mayor atención a la confección en el caso de los alimentos procesados.


2. La nueva organización de la vida familiar

La mujer, tradicionalmente a cargo de la preparación de los alimentos en el hogar, cumple ahora otros roles gracias a su creciente incorporación al mundo laboral. El costo alternativo de la mujer trabajadora determina así una menor disponibilidad de tiempo destinado a la compra de alimentos y a su preparación. La familia moderna, bajo la presión de mayores salarios y de estándares de vida más altos, tiende a sustituir el trabajo con capital (dinero), destinando cada vez menos tiempo a la preparación de alimentos y adquiriendo cada vez más alimentos preconfeccionados.


3. La tendencia al consumo de comidas fuera del hogar

Este creciente comportamiento está ligado a la mayor movilidad del consumidor moderno, asociado a la lógica del trabajo por horas. Estudios recientes confirman la existencia de una correlación positiva entre el costo de oportunidad del tiempo de la dueña de casa, el nivel de ingresos y, casi como una paradoja, el número de componentes de la familia por un lado, y la propensión a consumir comidas fuera de la hogar (Prochaska y Schrimper, 1973). Creciente interés ha presentado el desarrollo del consumo de “snacks”, o alimentos que pueden consumirse en cualquier lugar y momento del día. Esto, unido a la progresiva masificación de la jornada completa como respuesta a la gran distancia entre el lugar de trabajo y el hogar, constituye un efecto que se acrecienta gracias a los problemas de congestión vehicular urbana. Se considera también como factor importante la costumbre de los jóvenes que pierden el hábito de las comidas diarias tradicionales (desayuno, almuerzo, cena) y multiplican el consumo de alimentos snack durante todo el día.


4. La creciente urbanización

La creciente densidad poblacional urbana ha desplazado y concentrado los centros de consumo. Los productos deben así ser acondicionados, conservados y transportados a través de largas distancias, haciendo más complejas las relaciones comerciales entre los actores del sector. La seguridad y continuidad en el abastecimiento de alimentos en zonas urbanas ha significado cambios profundos y nuevas tareas para la economía agroalimentaria tradicional. Adquiere gran importancia el tema del transporte (Galizzi, 1964). Gracias al progreso de la tecnología del transporte y a la economía de la aglomeración, la producción agrícola tiende así a una progresiva especialización regional, permitiendo el envío de productos donde y cuando se requiera, y en la forma y cantidades necesarias. Aparece entonces la internacionalización de los mercados agrícolas. Adquieren cada vez más importancia funciones que antes eran más bien accesorias tales como la graduación de la calidad, la indiferencia respecto de la estacionalidad de la oferta, el problema financiero asociado a los volúmenes de transacción, y los riesgos técnicos asociados a las grandes distancias.


5. La doble función del alimento moderno

El consumidor moderno cuando compra un alimento, compra en realidad dos clases de producto: el alimento propiamente tal, y los bienes y servicios incorporados en él. El primero es producto de la actividad agrícola, mientras que el segundo lo genera la industria alimentaria y de la distribución. El primero es adquirido para satisfacer necesidades de origen fisiológico, caracterizadas por tener límites bien definidos. El segundo es demandado para cubrir necesidades de tipo psico-cultural, para las cuales no existe un límite potencial y que, aún más, al incrementarse el conocimiento de sus características por parte del consumidor dicho límite tiende a expandirse. En otras palabras, el conjunto de consumidores de productos agroalimentarios tiende a seguir dos tipos de tendencias: una relativa disminución del precio como elemento de decisión al momento de la compra, y una creciente demanda por bienes y servicios incorporados en el alimento. Esta última además crece a una tasa claramente superior a la demanda por simples productos alimentarios tradicionales. Como lo demuestran diversos estudios empíricos sobre el desarrollo de la elasticidad-ingreso de la demanda de estos dos tipos de productos (Bunkers, 1957; Daly, 1958; Waldorf, 1966), se atenúa cada vez más la relación inversa entre gasto per cápita total y la proporción del gasto destinado a la alimentación. Esta estabilización no invalida la ley de Engel, ya que el comportamiento del consumidor respecto del alimento, considerado en términos de producto agrícola, permanece como racional y siempre coherente con esta ley económica. Es la creciente importancia relativa del costo de manipulación, transporte y distribución lo que ayuda a mantener alta la cuota del gasto alimentario en relación al gasto total de las familias.


Bibliografía citada

Bunkers E. y W. Cochrani. 1957. Income elasticity of food services. En “The Review of Economics and Statistics”, Mayo 1957. pp. 211-217.

Daly, R. 1958. Demand for farm products at retail and the farm level. Some empirical measurements and related problems. En “Journal of the American Statistical Association. 53, Septiembre 1958. pp. 656-668.

Harmston F. y H. Hino. 1970. An intertemporal analysis of the nature of demand for food Products. En “American Journal of Agricultural Economics”. 52, Agosto 1970. p. 384.

Prochaska F. y R. Schrimper. 1973. Opportunity cost of time and other socioeconomic effects on away-from-home food consumption. En “American Journal of Agricultural Economics”. 55, Noviembre 1973. pp. 595-603.

Waldorf, W. 1966. The demand and supply of food marketing services: an aggregate view. En “Journal of Farm Economics”. 48, Febrero 1966. pp. 42-60

lunes, 22 de enero de 2007

El consumidor interno como aglutinador

La gran oportunidad de estar hoy conociendo el modelo de desarrollo agroalimentario italiano desde dentro (o desde fuera, dependiendo de donde se mire) ha hecho que todos los días aparezcan preguntas y respuestas que inevitablemente asocio a las particularidades de la realidad sectorial chilena.
¿Pueden convivir la agricultura familiar campesina y la gran agricultura de exportación?

¿Pueden ambas satisfacer las necesidades de los consumidores y generar una justa retribución para quienes las desarrollen?

¿Cuál es la fórmula?

Es difícil encontrar la respuesta en la particularidad de un solo territorio, pero existen pistas que podrían guiarnos al objetivo, o bien, a incorporar variables a esta ecuación para poder discutir y proponer caminos a seguir.

El denominado sistema agroalimentario italiano ha sido desde su despegue definitivo durante los “años de bienestar” de la post-guerra, un complejo enjambre de relaciones entre pequeños agricultores y grandes cooperativas, entre productores y transformadores, entre el agricultor y el almacenero, entre el proveedor y la gran distribución organizada.

Este sin fin de conexiones comerciales y de agregación de valor, hace que de una u otra manera todos, hasta el más tangencial de los actores se vea envuelto en esta gran red de intercambio. Desde el ganadero de Parma que abastece de leche a su cooperativa para verla después convertida en grandes ejemplares de queso Parmigiano Reggiano de US$1.500 la pieza, hasta el artesano de mermeladas que vende sus frascos en pequeños almacenes de especialidades campesinas.

El importante aumento del ingreso familiar ha permitido que hoy el ciudadano medio haya resuelto gran parte de sus necesidades nutricionales. La canasta familiar está llena y el fantasma de la escasez ha desaparecido, luego de haber pasado por procesos históricos dolorosos que fracturaron en su tiempo y con fuerza a la sociedad en su conjunto. Desencuentros, dictaduras, construcción de un sistema democrático estable, ciclos económicos de alta y de baja.

¿Le parece conocida esta historia?

Así, el principal actor de este sistema es sin duda el consumidor, motor que alimenta permanentemente este engranaje. Desde mi punto de vista, es el consumidor el llamado a generar, a través del proceso de compra de alimentos, los espacios para que todos los eslabones de la cadena participen. Sin un consumidor informado, consciente, exigente y activo no es posible pensar en nuevos productos y servicios alimentarios, en nuevas necesidades que cubrir, en nuevos estantes que llenar.

Un economista agrario francés, en un seminario sobre economía campesina chilena alguna vez dijo: “cada vez que me invitan a Chile y escucho hablar que el desarrollo de la agricultura chilena se basa en la exportación me pregunto, ¿acaso los chilenos no comen?”.

Queda planteada la reflexión.

lunes, 20 de noviembre de 2006

CHILE: Potencia Agroalimentaria


Hoy esta visión estratégica se convierte en una verdadera carta de navegación para que los actores del sector agroalimentario, tanto públicos como privados, generemos una comunión de esfuerzos en pro de un objetivo: más y mejores alimentos para nuestro país y el mundo.
El eje inspirador de este objetivo no debiera ser sólo la oportunidad de mercado, o el hecho de llegar a ser más competitivos en la economía global, lo que con o sin este ideario tarde o temprano igualmente hubiéramos enfrentado.


El ser una verdadera potencia agroalimentaria debe invitarnos a mirar con otros ojos el desarrollo del campo y de su gente, a mejorar los indicadores de la alimentación de nuestra población, a generar redes de cooperación dentro y entre los territorios que participan, a través de un desarrollo inclusivo que considere a todos y cada uno de los potenciales actores de estas redes.

Una potencia moderna, capaz de sustentarse en el tiempo no sólo debe ser competitiva, sino colaborativa. Porque en un mundo en constante cambio, las buenas ideas quedan sólo en eso, buenas ideas, si no existe la capacidad de convertirlas en proyectos colectivos, donde existan aliados y no antagonistas.